Para qué le sirve la izquierda a Washington en América Latina

Cómo funciona la construcción de “presidentes progresistas”

La funcionalidad opresiva del sistema capitalista de la era informática va por caminos sinuosos y retorcidos, y quiebra la lógica de comprensión basada en la realidad y en la práctica estadística de lo que hasta ahora conocimos como estrategia de dominación del hombre por el hombre.

¿Cómo entender que el Imperio norteamericano -potencia regente unipolar del sistema capitalista- se haya apoderado del discurso del enemigo para construir una alternativa a su decadencia económica, política, social y cultural?

Esto es, aprovechar políticamente el discurso revolucionario de la izquierda, vaciado de contenidos, para crear una nueva alternativa de “gobernabilidad” con el antiguo enemigo convertido en gerente “por izquierda” del Estado burgués.
Fuente: IAR Noticias

Hay un principio estratégico proveniente del campo militar que el sistema capitalista aplica en todos los niveles: al enemigo hay que destruirlo, controlarlo o asimilarlo.

Por lo tanto, a una izquierda solo “revolucionaria” en el plano del discurso, sin referencias organizativas, doctrinarias y operativas de “toma del poder para cambiar el sistema”, ya no hay que destruirla sino reciclarla, asimilarla, y convertirla en alternativa de poder dentro de las reglas y los contenidos del sistema capitalista.

El imperio capitalista se asimiló al discurso de la izquierda, lo vació de contenidos transformadores y revolucionarios, y lo convirtió en marketing electoral alternativo a su propio engendro político: el neoliberalismo.

Despojada de todo contenido revolucionario la “nueva izquierda” (solo preocupada por el “poder formal” ejecutivo y parlamentarista del Estado burgués) se convirtió en útil y funcional al sistema que antes combatió con la idea de trasformarlo y cambiarlo de raíz.

El sistema capitalista tomó el discurso “antiimperialista y revolucionario” de la izquierda y lo adaptó a sus propias necesidades de sustituir a la derecha por la izquierda manteniendo la “gobernabilidad” del sistema.

La nueva estrategia de dominio

Pero para apreciar en toda su dimensión este nuevo proceso de control social y político con izquierda, urnas y elecciones, es preciso contar con un marco referencial de la nueva estrategia que Washington comenzó a implementar tras la derrota de los movimientos revolucionarios armados en América Latina.

Con la desaparición de la guerra por áreas de influencia con la URSS, las viejas consignas “anticomunistas” de las dictaduras militares formadas en la Escuela de las Américas fueron sustituidas gradualmente por las banderas de la lucha contra el terrorismo, las drogas y el crimen organizado con las que hoy EE.UU. justifica su injerencia intervencionista militar en la región latinoamericana.

Ya desaparecido el “peligro rojo” con la URSS, y sin movimientos armados abocados a la toma del poder en América Latina, la “guerra contraterrorista” sustituyó en el tiempo a la “guerra antisubversiva” aplicada por las dictaduras militares de la década del setenta.

Las nuevas hipótesis de conflicto regional y las coordenadas de control militar-estratégico se trazaron a partir de la “guerra contra el terrorismo”, que reemplaza en la lógica doctrinaria de dominio a la “guerra contra el comunismo” de la década del setenta en Latinoamérica.

Paralelamente, y en el plano político, en la década del 80 los gobiernos “democráticos” fueron sustituyendo a los viejos y gastados gobiernos militares mediante elecciones, procesos constitucionales, y banderas de defensa de los derechos humanos.

Por supuesto -y como está demostrado hasta el hartazgo- que no se trata de una democracia entendida en el sentido histórico del término, sino de una cáscara vacía con simulacro de participación popular, donde las minorías siguen conservando el poder real y los accesos a cargos ejecutivos y parlamentarios por medio de la financiación de los candidatos y sus campañas.

En otras palabras, la estrategia del control político y social por medios militares, fue sustituida gradualmente por administraciones civiles, poderes ejecutivos, parlamentos y cortes de justicia totalmente maleables a los intereses y objetivos de Washington y las trasnacionales capitalistas en la región.

En los 80, salvo en Colombia, los militares de la “seguridad nacional” ya habían terminado con la izquierda revolucionaria y la resistencia armada en América Latina, había desaparecido la URSS como punto de referencia logística y organizativa de los movimientos revolucionarios, y Washington resolvió imponer un orden regional basado en el pacifismo, la democracia y los derechos humanos.

El nuevo sistema de control político y social se situaba en las antípodas del anterior (basado en gobiernos y dictaduras represivas), y explotaba el consenso masivo que despertaba la apertura de procesos constitucionales después de largos años de dictaduras militares con supresión de elecciones y parlamentos.

Pero fuera del maquillaje democrático (del formalismo del estado de derecho y del régimen electivo-parlamentario), Washington y las transnacionales capitalistas siguieron ejerciendo el control sobre los recursos estratégicos y el sistema económico-productivo de los países mediante la asociación con las elites de poder y las clases políticas locales, quienes se reservan para sí los controles ejecutivos, parlamentarios y judiciales del Estado.

De tal manera, que del gerenciamiento militar del dominio se pasó al gerenciamiento civil del mismo, sin alterar para nada el proceso de control económico por medio del cual los bancos y empresas transnacionales continuaron transfiriendo recursos y ganancias a EE.UU. y a las metrópolis capitalistas.

En ese nuevo escenario de poder geopolítico-estratégico, legitimado por gobiernos satélites elegidos en elecciones populares, Washington consolidó su dominio regional en un teatro latinoamericano sin lucha armada, sin estallidos revolucionarios, y con las organizaciones populares y de izquierda participando como “opción de gobierno” en los países dependientes.

En ese contexto (y más allá de la voluntad de las facciones reaccionarias y conservadoras), desde hace más de veinte años la estrategia de dominio de Washington y del Departamento de Estado en América Latina consiste en impulsar los regímenes y gobiernos electos en las urnas, más allá de que asuman o ganen elecciones con discursos de “izquierda”, “progresistas” o “neoliberales”.

El Imperio, Bush, el capitalismo de Wall Street que se beneficia tanto de las invasiones militares como de los sistemas de dominio con democracia y elecciones, se mueren de risa con las cumbres o los “foros social mundial” pacifistas que no plantean acciones concretas contra los bancos, trasnacionales y embajadas imperialistas.

El Imperio y sus establishment de poder locales, como ya se demostró en Bolivia, no temen a la “revolución democrática y con elecciones” de Evo Morales, sino a las masas organizadas de la COB cortando rutas y enfrentándose a la policía y al ejercito del régimen.

El Imperio y sus transnacionales saqueadoras no temen a los pacifistas democráticos con sus carteles de “Bush asesino”, sino a los cuadros y mayorías organizadas que les arruinan (con tomas de fábrica, huelgas, cortes de ruta, y violencia callejera) el funcionamiento ordenado de sus negocios en las colonias del patio trasero.

Los “revolucionarios pacifistas”, inventados en la década del 80 por la nueva estrategia “democrática” del Imperio, cumplen el papel de “falsa oposición” en el escenario de dominio con democracia y elecciones que hoy rige en el universo latinoamericano.

Por eso la “izquierda rosada”, la “izquierda democrática”, esa que estuvo en la “Contracumbre de los Pueblos” en Mar del Plata, o la que hace “turismo” para hablar en las distintas versiones del “Foro Social Mundial”, financiado por las multinacionales a través de las ONG, es tan funcional como la derecha para el sistema de dominio capitalista con urnas y elecciones.

En ese marco, la estrategia de dominio capitalista estadounidense, cuando impuso las democracias y las urnas en sustitución del dominio con las dictaduras militares setentistas, ya no tuvo necesidad de utilizar ejércitos militares represores en Latinoamérica.

El Imperio y sus usinas mediáticas-culturales habían desarmado con el “pacifismo” las conciencias de la resistencia, y por lo tanto ingresaron otros actores en el esquema del control político y social para la dominación.

Con la sociedad pacificada y sin armas, nivelada y colonizada mentalmente por la ideología globalizadora, sin huelgas ni tomas de empresas, con sindicatos asimilados y sin resistencia popular colectiva, ingresaron al teatro de operaciones los medios de comunicación como los nuevos ejércitos represivos y de control social.

Los gobiernos “de izquierda”

De esta manera, se ingresó en la era de las “revoluciones políticas” (o discursivas) de los gobiernos “progresistas”, sin cambiar el sistema económico basado en la propiedad privada capitalista, la explotación del hombre por el hombre, y sin producir ningún vuelco estratégico sobre el control del orden económico, político y social establecido por los bancos y las trasnacionales, protegidos bajo la bandera del Imperio norteamericano.

De esta manera, el destino de la revolución de izquierda ya no está en manos de líderes y organizaciones guerrilleras que luchan en la clandestinidad por la toma del poder armado, sino en manos de gobernantes de estados burgueses legitimados por elecciones como Chávez, Lula, Kirchner, Tabaré Vázquez y la reciente incorporación de Evo Morales.

El Departamento de Estado acuñó un término para definir a esta nueva corriente: “izquierda políticamente correcta”.

Al no plantear el “cambio del sistema” sino la “reforma del sistema”, al no cuestionar la esencia genocida y explotadora del hombre por el hombre del sistema capitalista, la “nueva izquierda” se convierte en un necesario “rostro progresista” del capitalismo cuya función es corregir lo que funciona mal, principalmente en el campo social y económico.

En lo ideológico la “nueva izquierda” no se opone al capitalismo como sistema de dominio totalizado (económico, político, militar, social-cultural y mediático), sino al rostro “derechista” del capitalismo expresado por los grupos políticos y/o personas identificadas con pensamientos e ideologías “conservadoras”.

Por lo tanto, y sin salirse de los marcos del sistema burgués-capitalista, la “nueva izquierda” se plantea como alternativa “revolucionaria” al “neoliberalismo” de la derecha conservadora sin quebrar las estructuras de poder del sistema capitalista.

Lo que hoy se conoce como “izquierda democrática”, “izquierda civilizada”, o “nueva izquierda”, es solo la expresión de un discurso formal, sin posibilidad de ser implementado en la práctica.

¿Y porqué no puede ser implementado en la práctica?

Sencillamente porque la izquierda (asimilada al sistema mediante las prácticas electoralistas), cuando accede al gobierno, lo hace en el marco de un Estado burgués (Ejecutivo, Parlamentario y Judicial) controlado en todos sus niveles por el poder económico del sistema capitalista.

Por lo tanto, es absurdo pensar que un gobierno de izquierda que accede por elecciones (sin destruir las estructuras económicas y políticas del capitalismo) pueda hacer otra cosa que gerenciar el Estado burgués para los intereses de los grupos económicos que controlan (y se reparten) el sistema económico-productivo y los recursos naturales de los países dominados.

Si Chávez, por ejemplo, quisiera llevar a la práctica real su discurso revolucionario tendría que sustituir al Estado burgués venezolano y a las estructuras del poder capitalista que lo sostienen.

Concretamente, Chávez, para salirse del discurso vacío y concretar la revolución socialista y transformadora en Venezuela, tendría que expropiar (y sustituir con otro poder) al poder capitalista que controla el Estado burgués y las estructuras económicas, políticas y mediáticas en Venezuela.

¿Cuántos seguirían en ese objetivo a Chávez?. Nadie.

La estructura burocrática que acompaña a Chávez (léase funcionarios, partido, etc,) no es revolucionaria sino capitalista, y el Estado que gerencia Chávez no es un “Estado revolucionario” sino un “Estado burgués” de los bancos, petroleras y empresas trasnacionales que controlan (cualquiera lo puede verificar estadísticamente) el sistema económico productivo y el principal recurso estratégico del país: el petróleo.

Chávez, aunque quisiera, no podría llevar a la práctica su discurso revolucionario sin expropiar la propiedad capitalista y tomar por la fuerza al “Estado burgués”, y los primeros que lo impedirían y terminarían con Chávez serían los que lo rodean y se valen del Estado burgués para concretar sus ambiciones políticas y económicas.

Chávez, y él lo sabe, no puede traspasar los límites del “discurso antiimperialista” para consumo mediático: el día que intente hacerlo el sistema se lo deglute como una mariposa.

Todo lo que sostiene a Chávez (fuerzas armadas, policía, servicios de inteligencia, y/o estructuras burocráticas del Estado) no es de Chávez sino del sistema capitalista que se vale de él para controlar Venezuela dentro de los márgenes de la “gobernabilidad democrática”.

Así como el Departamento de Estado y la CIA lo sacaron (golpe de abril del 2002) y lo restituyeron en el gobierno ante la “impresentabilidad” de los golpistas en el plano internacional, en el momento que Chávez intente otra cosa que no sea hablar, tiene los segundos contados en el gobierno.

Los márgenes de Chávez para cosechar rentabilidad, fama mediática y poder político con el discurso de “izquierda antiimperialista” tienen un límite preciso: el día que lo transgreda “Chávez fue”.

El lector va a tener oportunidad de comprobarlo: todo se comprueba con el desarrollo y el salto cualitativo de los procesos. Es una ley inexorable.

Las “gerencias de enclave”

Cuando el sistema capitalista trasnacional con EE.UU. a la cabeza (mediante la introducción del “libre mercado” y las privatizaciones de empresas estatales en la década del 90) convirtió a los “Estados nacionales” en “Estados trasnacionales”, se revirtió la funcionalidad y la misión de la herramienta “Estado” en los países dependientes.

El viejo “Estado nacional” controlado por las oligarquías locales, fue sustituido por el “Estado trasnacional” controlado por las empresas trasnacionales que utilizan a los países como “satélites” (o terminales de mercado) de sus políticas de expansión y de acumulación capitalista, con las oligarquías locales asimiladas como socias en el nuevo sistema.

En este contexto, lo que antes era “nacional” se convierte en “trasnacional”: se rompen los marcos localistas, se nivela un mismo discurso, una misma moda, una misma forma de consumir, una misma forma de elegir gobierno para todo el planeta, incluido el mundo subdesarrollado y dependiente.

Asimilada dentro de la nueva estrategia de dominio “democrático” y del “Estado trasnacional” exportados por Washington, la “izquierda civilizada”, sigue los parámetros de la lucha contra el “militarismo” y la “derecha” de la década del 70, sin los objetivos concretos de toma del poder que guiaban a la izquierda armada revolucionaria de entonces.

Y se produjo una situación paradojal:

La izquierda, pacificada y sin objetivos revolucionarios, alienada por la lucha contra un enemigo en extinción (los golpes de Estado y las dictaduras militares que fueron sustituidas por el dominio con democracia y elecciones) convirtió en nueva bandera revolucionaria la “guerra electoral” contra la derecha política en los marcos de la democracia parlamentaria burguesa.

Al abandonar sus postulados setentistas de “toma del poder” y adoptar los esquemas de la democracia burguesa y el parlamentarismo como única opción para acceder a posiciones de gobierno, la “nueva izquierda” se convirtió en una opción válida para gerenciar el “Estado trasnacional” del capitalismo en cualquier país de América Latina.

La asociación beneficiosa entre la “izquierda civilizada” y el establishment del poder capitalista es obvia: el sistema (por medio de la izquierda) crea una “alternativa de gobernabilidad” a la “derecha neoliberal”, y la izquierda (y los izquierdistas) pueden acceder al control administrativo del Estado burgués sin haber hecho ninguna revolución.

Y nació el distintivo axiomático que guía a los gobiernos “progresistas” en la región: hacer discursos con la izquierda y gobernar (con y) para los intereses de la derecha.

Los presidentes “progresistas”

Los presidentes “progresistas”, que hablan por izquierda y ejecutan los programas económicos y la estrategia regional de Washington por derecha, son el nuevo producto del marketing imperial vendido con urnas y elecciones. De esta manera, la izquierda, se ha convertido en la “cara alternativa” de dominio del Imperio en América Latina.

¿Se puede pensar que Washington fabrique candidatos y/o presidentes funcionales a su estrategia presentándolos como “enemigos de EE.UU.”?

Para quien quiera verlas, las pruebas están a la vista: Chávez, Kirchner, Lula, Evo Morales, fueron (y son) presentados como elementos discordantes o enfrentados (caso de Chávez) a la estrategia de Washington en la región.

Al margen de su discurso “antiimperialista”, o de “izquierda”, ninguno de esos presidentes rompió (ni va romper) con la lógica de la dependencia al capitalismo transnacional: Brasil, Argentina, Venezuela, por ejemplo, tienen sus sistemas económico-productivos y recursos naturales atados y controlados por los bancos y corporaciones multinacionales que, a su vez, conforman el núcleo estratégico de negocios del denominado “MERCOSUR”.

Al margen de su “soberanía formal”, esos Estados burgueses funcionan en la práctica como “economías de enclave” con los grupos oligárquicos locales asociados a las redes financieras, comerciales e industriales del capitalismo transnacional.

Y sus presidentes -como emergente de la realidad- pasan a cumplir el papel de “gerentes de enclave” dentro del “Estado trasnacional” compuesto por una fachada formal de “Estado Nacional” (Poder Ejecutivo, Legislativo, Judicial).

En este contexto de formalidad controlado por la trasnacionales capitalistas y su poder policía en la región (el Imperio norteamericano) da lo mismo que un presidente hable con discurso de “izquierda” o de “derecha”, no importando lo que diga sino lo que haga.

Esto permite, por ejemplo, que Chávez se erija (discursivamente) en el principal enemigo de EE.UU. (el Imperio yanqui) mientras el sistema económico productivo de Venezuela se encuentra en manos de los bancos y multinacionales capitalistas que hegemonizan, junto a las petroleras multinacionales, la explotación de los recursos venezolanos y de su estructura de servicios.

Paradojalmente, y como lo demuestran las estadísticas y la historia reciente, estos “presidentes de izquierda” que cumplen funciones de “gerentes de enclave” de las trasnacionales y sus socios locales, siempre son lanzados al mercado electoral en carácter de “enemigos a muerte de EE.UU. y las trasnacionales”.

¿Esquizofrenia? Nada de eso: estrategia de doble discurso y asimilación del enemigo en un marco de aprovechamiento político imperial.

Como dijimos, en su lógica pragmática de dominio EE.UU. y el sistema capitalista trasnacional utilizan un principio estratégico: destruir, controlar, o asimilar al enemigo.

Y como la izquierda ya no representa al “enemigo”, se ha convertido en lo que es: la nueva cara de “gobernabilidad” del Imperio.

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Manuel Freytas es periodista, investigador y analista, especialista en inteligencia y comunicación estratégica. Es uno de los autores más difundidos y referenciados en la Web.

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